En 2015, medios internacionales daban cobertura a una noticia que se había anunciado desde hace años: el lago Poopó, el segundo más grande de Bolivia, se había secado. No sorprendió a nadie, pero el impacto de la pérdida de aquella fuente de agua fue grande para los ecosistemas y las comunidades milenarias que habitaban en sus orillas: los Urus.

Los Urus, herederos de uno de los grupos humanos indígenas primigenios del altiplano, dependen de la caza, la pesca, la recolección y la domesticación de la quinua para su subsistencia. Sin embargo, el cambio climático los desplazó, viéndose obligados a buscar empleos fuera de sus comunidades.

Ante este contexto, fueron las mujeres de una comunidad Uru, Vilañeque, quienes se organizaron para enfrentar la sequía e implementaron sistemas de cosecha de agua durante la temporada de lluvias para afrontar la sequía en la temporada seca. Adicionalmente, pensaron en diversificar sus ingresos económicos por medio de una de sus habilidades ancestrales: la elaboración de tejidos. Para ello, implementaron un centro artesanal en el que las mujeres de la comunidad se capacitan y coordinan acciones para la promoción y venta de sus productos.